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El FONCA: bien pero mal, mal pero bien

En esta ocasión, muy serenamente les comparto algunas ideas en torno al FONCA, ahora que se planea desaparecerlo.


Pero primero mi disclaimer: a) No estaríamos mejor si el gobierno actual fuera del PRI o del PAN. b) No estoy “contra AMLO” ni “contra la 4T”, sólo reflexiono a partir de lo que sé. c) Defiendo el derecho a la crítica cuyo interés es establecer matices que nos separen del binomio blanco vs. negro. d) Personalmente no fui becario, pero esta editorial Tintable recibió el apoyo de conversiones para el rescate del archivo sonoro de Mario Kaplún que desarrollamos con Radio Educación.

Empiezo afirmando que el FONCA fue resultado de una demanda ciudadana y no una dádiva del gobierno. Recordemos los formidables años en la segunda mitad de los 80 del siglo pasado, después de los sismos, cuando la sociedad civil saltó potentísima para colocar en la vida nacional las agendas de derechos humanos, el feminismo, la comunidad LGBTI, el ambientalismo y el sector cultural. El FONCA es resultado de la lucha por una vida digna para los creadores, y tiene la misma cuna que la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Federal Electoral (hoy INE) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, entre otras instancias que “ciudadanizaban” las acciones de gobierno.

A la idea que el FONCA lo creó Salinas para “cooptar a los intelectuales” no le encuentro evidencia ninguna. Los intelectuales que apoyaron a Salinas ya tenían mucha lana y lo hubieran hecho (lo hicieron) gratis. Además, muchos de los que lo criticaron, recibieron apoyos (recordemos a Carlos Monsiváis).

Por un lado, el FONCA era una cosa buena, pues era un espacio de posibilidades para los creadores que difícilmente encuentran otras opciones para realizar su trabajo en condiciones dignas. Mucho de lo más destacado en la cultura y el arte mexicano de los últimos 30 años recibió apoyos de este fondo. Pero, también, es cierto que mucho de lo bueno jamás recibió un centavo, en ocasiones porque les negaron las solicitudes y, en muchas otras, porque los autores no quisieron solicitar nada.

Por otro lado, el FONCA era cosa mala porque desalentaba la creación que no se ajustaba a sus condiciones, tiempos y procedimientos, es decir, porque “burocratizó” (quizá sin querer) no sólo las producciones culturales y artísticas, sino también las aspiraciones y la imaginación de muchas generaciones de creadores a quienes les es difícil entender su trabajo y su existencia misma fuera de las posibilidades del FONCA.

Me consta que el FONCA estaba buscando transformarse para mejorar; después de un diagnóstico que considero autocrítico, estaba intentando corregir defectos y vicios, en especial los relacionados con el centralismo, la transparencia y la equidad de sus mecanismos para asignar apoyos, así como de sus criterios de retribución. De hecho, creo que desde el inicio de su vida este fondo estuvo en permanente transformación, aunque no siempre sus cambios fueron positivos. Ya no sabremos hasta dónde pudo haber llegado esta vez.

¿Si jamás hubiera existido el FONCA, el arte y la cultura mexicanos serían raquíticos o miserables? No lo creo. Antes de él, grandes creaciones se abrieron paso y no veo razón para creer que sería diferente, como tampoco creo que un futuro sin él será necesariamente desastroso.

En México, a la cultura no se le apoya porque el capitalismo es esencialmente hostil al arte y la cultura. Al sistema mexicano sólo le ha interesado una versión del arte y la cultura afín a su maquinaria de capital: como “tarjeta de presentación” en el escenario internacional de los negocios, como coleccionismo o tesoro y como señuelo para el turismo. El FONCA era un amortiguador, un espacio muy pequeño en el que la comunidad cultural y artística negociaba con las instancias hegemónicas pequeños respiraderos, pero sólo era eso, un paliativo muy pequeño. Con todo lo bueno que pudo haber impulsado este fondo, no se logró ni el 10% de lo que un país como el nuestro debió tener.

Esta hostilidad tiene en el actual gobierno un nuevo operador, extrañamente, encarnizado porque cree que le estorba. AMLO siempre desdeñó a la cultura, pues no la entiende o, en su radical pragmatismo, no le ve utilidad política, económica ni ideológica, pero los creadores no sólo votaron masivamente por él, también llenaron de contenido ese apoyo. Quizá el presidente ve que la comunidad cultural, como la científica y la universitaria, tienden a ser muy opinadores (críticos) y eso sí que le parece mal, sobre todo, cuando esa opinión pública está bien informada con “otros” datos.

De allí viene una nueva patraña, la de que la comunidad cultural y artística está amafiada, es despilfarradora y burguesa (fifí le dicen ahora). Esto es el resultado de una deliberada estrategia de desprestigio que también padece la comunidad universitaria, la científica y la periodística. AMLO pudo haber sumado a esas comunidades que siempre lo apoyaron a su toma de decisiones. Pero la emprendió a patadas contra todas ellas y lo ha hecho de una manera muy sucia: desprestigiando.

Nuestra comunidad cultural y artística tiene el mismo derecho que cualquier mexicano a los fondos públicos pagados con nuestros impuestos, pero ni sumando todo lo que ha gastado el gobierno en arte, cultura, ciencia, tecnología, investigación y educación en los últimos treinta años, se alcanza un mínimo de lo que necesitaba el país y es irrisorio si lo comparamos con lo que se ha gastado en la policía. Esta precariedad se ha agravado en este sexenio.

Los más astutos, siempre hablan de quienes se despacharon millonadas en viajes lujosos a costas del presupuesto cultural y es verdad que sucedió, a veces, también es cierto que al amparo de la figura de los fideicomisos (el FONCA es uno) se hicieron estafas millonarias, pero para eso está la ley, el gobierno y sobre todo la política. Lo que veo aquí es la incapacidad de la 4T para resolver los problemas culturales sin garrotazos (como es el caso de EDUCAL + DGP + FCE), pues desaparecer instancias no es resolver, es destruir. O como dicen en mi pueblo: matar al perro para acabar con la rabia.

¿A poco lo que hacía el FONCA no lo podría hacer una subdirección general de la Secretaría de Cultura? Sí, claro que podría. Siempre y cuando queden claras cosas que hasta ahora no parecen estarlo:

a) Que la función del gobierno no es “dar dinero” ni administrar dádivas, es construir condiciones para que el arte y la cultura florezcan sin querer imponerles alguna dirección. El más grande error del FONCA es que en 30 años no pudo construir condiciones para que otros sectores participaran en el financiamiento del arte y la cultura y para que los creadores pudieran vivir dignamente de su trabajo independiente. El terror entre la comunidad artística ante la desaparición de las becas es el síntoma claro de esa dependencia.

b) Que la asignación de becas no es sólo cosa de un gobierno de manos limpias. Por supuesto que se deben garantizar mecanismos justos, equitativos y transparentes, pero no basta con esto; también debe considerarse un ejercicio de soberanía de la comunidad cultural y sus derechos, por un lado, y de humildad de la burocracia del gobierno que debe aceptar que hay cosas de las que no sabe, por el otro. En ese sentido, el FONCA tenía un mecanismo a través del cual eran los propios creadores los que decidían quién recibía las becas y si eso se pierde, el peligro es que sólo prevalezca el criterio del gobierno.

c) El gobierno deje de hostilizar al arte y la cultura y demuestre que tiene voluntad de apoyar a la Secretaría de Cultura que creó, con presupuesto, con atención, visibilidad, respeto y capacidad de maniobra. No se trata de si le late al presidente o no, se trata de los derechos culturales todos de los mexicanos.

d) Que el gobierno debe construir una cultura de patrocinio del arte y mediar entre los fondos no gubernamentales (los empresariales, por ejemplo) y los creadores, para que se encuentren de manera fértil. Para ello, no bastan iniciativas como Efiartes en la que abandona a los creadores en un draft (como el del futbol) a merced de empresarios que tienden a elegir proyectos que consideran “comerciales” y trasladan la responsabilidad de ser elegidos a los “artistas” que mejor sepan venderse.

El FONCA va a desaparecer y lo que está en juego no es la vida artística y cultural, que sobrevivirán sin duda y quizá hasta se fortalezcan a espadas del gobierno. Lo que está en juego es la oportunidad de esta administración de ser justa, gobernar para todos y todas sin excluir a la comunidad artística y cultural; de no ser así, los creadores les rebasarán sin miramientos y les retirarán su apoyo.

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