
Prólogo
Vivir la noche evoca, a través de nueve textos autobiográficos, lo que fue el entretenimiento para adultos en la Ciudad de México desde finales de los años cincuenta hasta aproximadamente mediados de los ochenta. Su principal narrador es un periodista, escritor y experto en mambo, bolero y son, al cual también hace referencia, en este libro, uno de sus mejores intérpretes. Una exvedette va más allá del oropel propio de la farándula para narrar los claroscuros y vicisitudes de su vida privada. Una directora de teatro da cuenta de cómo se gestó una puesta en escena que levantó ámpula en su momento, y cinco fotógrafos rubrican sus memorias con una espléndida galería de imágenes. Completan esta crónica urbana las vivencias de un empresario de espectáculos y las de un noctívago que rememora la diversión gay, inmersa entonces en la semiclandestinidad.
En el trasfondo de estos relatos, que adquieren visos de comedia humana, se percibe una visión descarnada, algo de vidas secretas, la mujer como objeto y sujeto de la depredación masculina que tiene sus cotos de caza favoritos en el burlesque a la mexicana, los cabarets de segunda y tercera categorías, las casas de citas y el bar como escenario de un monólogo sin público.
Por el contrario, en el teatro de revista y el cabaret de lujo, las mujeres se entronizan como deidades supremas: cantantes, rumberas, exóticas y vedettes, predominando entre ellas las mexicanas y argentinas, que admiradas por pocos en los centros nocturnos de primera categoría, estuvieron al alcance del ciudadano de a pie gracias a las imágenes que aparecían en las revistas de espectáculos y al cine de ficheras, tan malo como exitoso.
Desfila en las páginas de Vivir la noche un disímbolo raudal de personajes. En el variado repertorio de peculiares relaciones entre política y vedetismo se mencionan dos amasiatos presidenciales. Asimismo, un gobernante local y el entonces cronista de la ciudad salen también a colación: el llamado Regente de Hierro por su mojigatería como represor de la vida nocturna y un poeta e historiador defeño, que hacía gala de mundanidad y desparpajo fungiendo como una especie de gurú de la famosa Tigresa.
Así, por un lado, está Ernesto P. Uruchurtu, quien recorté, luego de un triple crimen, el horario de los sitios de reunión hasta la una de la madrugada y ordenó cerrar los bares frecuentados por homosexuales, quienes eran, según su concepción, adeptos al “vicio nefando”, aunque no dudaba en mostrarse públicamente con su amante. Por otro, se halla Salvador Novo, quien además de exhibir su preferencia sexual sin ambages, representó la aceptación -siendo un connotado personaje de la alta cultura- y quien dignificó al entretenimiento masivo de raigambre populachera, hasta entonces desdeñado por la mayoría de intelectuales, escritores y artistas plásticos, aunque aplaudido, documentado y cronicado también por otros, como Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes y José Luis Cuevas. Vedettes y actrices figuran entre las principales animadoras de este libro, compartiendo protagonismo con la rumbera Ninón Sevilla y la exótica Tongolele. Con ellas, acaparan marquesina las cantantes María Victoria y Lucha Villa. Se suman al elenco Irma Serrano, Isela Vega, Ofelia Medina, Meche Carreño, Dámaso Pérez Prado y Margo Su, como reconocida empresaria de espectáculos. De las transformaciones experimentadas por la ciudad, ninguna más drástica que cuando fue occidentalizada en el siglo xvi. Le siguió en intensidad y magnitud la vivida en el siglo xx, que, entre otras cosas, trajo nuevas formas de esparcimiento nocturno cada vez más diversificadas. En gustos, la metrópoli mexicana ha visto romperse géneros y límites.
Eduardo César Cabrera Núñe