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Para leer el hacktivismo

Introducción

Stefanía Acevedo

La Filosofía occidental tiene la particularidad de regresar a interrogantes planteadas desde hace miles de años dentro de su historia, encontrando distintas respuestas cada vez. Esta esfera del conocimiento se distingue de otras porque puede poner todo en cuestión, sobre todo aquello que resulta obvio para una época, problematizando su propio contexto y la actualidad de su propia práctica. Por ejemplo, las preguntas acerca de la libertad, el acto creativo o el vínculo ético continúan siendo de interés filosófico, pero su reflexión implica situarlas en las condiciones de emergencia en las que se vuelve posible realizar esas preguntas. Por ello, la Filosofía conjuga su desenvolvimiento histórico, es decir, lo que es diferente en cada contexto con aquello que no cambia: la incertidumbre filosófica ante la existencia y la sospecha sobre lo que parece tener una respuesta definitiva.

 

En ese retorno continuo que realiza la Filosofía sobre sí misma se encuentra implícita la existencia de un soporte material que posibilita que, de hecho, conozcamos lo que se ha escrito a lo largo de la historia. La escritura es una de las primeras técnicas de la memoria que logra dar una permanencia a aquello que con la voz es efímero. En la historia de la Filosofía es conocido el posicionamiento epistemológico contra la escritura de uno de los filósofos de quien tenemos noticia, paradójicamente, no porque él haya escrito su propia obra, sino porque uno de sus alumnos se dio a la tarea de plasmar sus enseñanzas a través de los llamados Diálogos. Se trata de Sócrates, quien a través de la escritura de Platón afirmó que para llegar a conocer la verdad sobre una idea era mucho más importante el diálogo vivo con el que, a través de la mayéutica, se pudiera discutir con uno o varios interlocutores. Éstos estarían presentes para dar respuesta y refutar los argumentos necesarios, mientras en la escritura esa oportunidad estaría negada.

 

Desde este momento, en la historia de la Filosofía se muestra una paradoja en la relación del pensamiento con la materialidad que le permite perdurar en el tiempo, es decir, con la técnica que posibilita su aparición. Así, comienza un vínculo entre pensamiento y técnica en el que ambos se necesitan mutuamente para aparecer en el mundo y, a la vez, para transformarse y dar paso a un acto de creación. Sin la obra de Platón, recuperada siglos después por sus traductores en la Edad Media, no tendríamos acceso a una teoría del conocimiento que excluye a la escritura misma como una vía para acceder a él. La escritura, como una forma de la técnica, le permitió a Sócrates cuestionarla como modo de conocimiento, aun cuando sus enseñanzas se transmitieron gracias a ella y, en una segunda determinación de la técnica, lograron perdurar en el tiempo debido a las traducciones que se realizaron de su obra.

 

Gracias a los traductores que llevaron el texto del griego al latín o al árabe, la dupla Sócrates-Platón se posicionó, en la Filosofía occidental, como parte fundamental del relato histórico que remonta sus orígenes al pensamiento griego. La traducción permitió a la Filosofía misma contar con una historia y perpetuarse como una práctica que podría llegar a cuestionar incluso los medios y técnicas a través de los que se expresa el pensamiento.

Por su parte, la traducción logró tener un impacto primordial no sólo en el ámbito del pensamiento filosófico, sino en el desarrollo de la técnica misma. Se trata de la programación como una forma de traducción que ha provocado los cambios más inusitados para nuestra actualidad. Un tipo de escritura o código que, valiéndose de una forma de pensamiento específica, a saber, el orden lógico y el sistema binario, programa una serie de instrucciones que las computadoras traducen para realizar operaciones complejas (Priestly, 2011: 1).

 

Uno de los primeros desarrollos de la programación tuvo lugar en el siglo XIX con la máquina analítica, proyecto de Charles Babbage que, a pesar de no llegar a ser construida, ya planteaba el uso de diferentes tipos de tarjetas perforadas (operation cards), para realizar operaciones aritméticas y generar una especie de memoria propia o espacio de almacenamiento y recuperación de datos que le permitiría transferirlos a tarjetas encargadas de ejecutar operaciones aritméticas (Priestley, 2011: 32).

 

El diseño de esta máquina tendría importantes avances gracias a Ada Lovelace, conocida como la primera programadora de la historia, quien en su tarea de traducir del italiano al inglés un artículo de L. F. Menabrea sobre los planteamientos de Babbage, introdujo sus propias contribuciones en extensas notas (Priestley, 2011: 36). Lovelace estaba mucho más interesada en el aspecto matemático de la máquina y de sus posibilidades que en el aspecto mecánico. En ese sentido, le parecía más importante explicar cómo operaba esta máquina para que cualquiera que quisiera usarla pudiera realizar cálculos; este gesto fundó uno de los primeros ejercicios de documentación en programación. Además, Lovelace sugirió la idea de que las tarjetas perforadas se modificaran para llevar a cabo una automatización de las operaciones o ciclos, así como la posibilidad de que se realizara más de una tarea a través de esta máquina.

 

Este proceso de automatización y de operaciones complejas derivó en máquinas igualmente complejas como las computadoras actuales, que no realizan una función específica, a diferencia de las máquinas simples, sino que tienen el potencial de realizar un rango ilimitado de tareas. Sin embargo, esto depende en gran medida de la capacidad misma de la persona que programa y describe las acciones que puedan ser interpretadas por las computadoras. De esta manera, las instrucciones pueden llegar a ser tan complejas en tanto el pensamiento mismo logre traducir a este tipo de escritura lo que se quiere realizar. Los programas son entidades lingüísticas, por ello las computadoras pueden procesar un gran rango de programas o softwares. A diferencia del hardware, que tendría limitaciones materiales más concretas en las computadoras, los programas tienen una posibilidad de desarrollo mucho más amplia que, en tanto escritura, les permite volverse expresiones de una idea (Prestley, 2011: 1).

 

Reflexionar sobre el paso de un tipo de máquinas a otras, y con ello sobre una técnica específica, nutre a la reflexión filosófica de su dimensión política en la medida en que se involucra el trabajo humano y su transformación. Por ello, la evolución de los objetos técnicos y de la industria que los produce nos permite entender cómo se ha pensado la condición humana. A la luz del siglo XXI quizá nos parezca cada vez más clara la relación que hubo entre los cambios causados por la Revolución Industrial en Gran Bretaña, como la emergencia de movimientos sociales de muchos tipos, y el tipo de máquinas que comenzaban a desarrollarse. Las modificaciones en las máquinas traen consigo una economía específica y, con ella, la transformación del trabajo y de su valor. Por ejemplo, el funcionamiento de la máquina analítica en buena medida era comprendida a través de la lógica del trabajo automatizado que se realizaba en la economía capitalista y el modelo de la fábrica del siglo XIX. Así se definían las variables con las que Lovelace describía la esencia productora de esta máquina (Prestley, 2011: 46).

 

Las formas en las que se ha organizado la vida alrededor de la industria de los objetos técnicos implican, también, movimientos que buscan subvertirlas; tal es lo que sucedió con los ludditas en el siglo XIX,[1] quienes se distribuían por diversas regiones de Inglaterra para, entre otras actividades, reunirse por las noches y romper los telares de bastidor de las fábricas con martillos y mazos. La destrucción de las máquinas era legítima para este movimiento, pues desde su perspectiva éstas robaban el trabajo al mismo tiempo que ocasionaban la contundente disminución de los salarios (Van Daal, 2015: 100).

 

Desde el siglo XVII, René Descartes distinguió la máquina del ser humano, estableciendo que, aunque el cuerpo, como res extensa, aunque puede tener un funcionamiento mecanicista igual que el de una máquina, lo que diferencia al ser humano es la presencia del pensamiento o res cogitans. Esta facultad nos permite preguntarnos por nuestras propias condiciones de posibilidad de existencia, es decir, seríamos distintos a las máquinas sólo porque a través del pensamiento podemos cuestionar nuestras propias determinaciones y, con ello, ejercer un acto de autonomía. Así, la diferencia entre las máquinas y los seres humanos es precisamente la capacidad del pensamiento que en ese cuestionamiento sobre sí mismo expresa la posibilidad misma de la libertad.

 

La relación entre pensamiento y autonomía deja abierta la pregunta por el conocimiento y si éste es diferente a la acumulación de información o memorización de datos. En otras palabras, ¿qué tan diferentes seríamos de una máquina analítica que realiza operaciones complejas y que contiene un espacio de almacenamiento? En este caso, lo que distinguiría al pensamiento sería la posibilidad del acto creativo.

 

El pensamiento está ligado a la libertad por su propia condición de cuestionarse a sí mismo, incluso, sobre si la libertad es posible. Al tener que responder esa pregunta se ve forzado no sólo a reconocer sus determinaciones materiales, sino a valerse de ellas para expresarse, para traducirse a los otros. En esa condición de ser determinado a la vez que lo propiamente indeterminado, el pensamiento se ve forzado a tener que crear y para ello tendrá que recurrir a la técnica.

Una vez dicho lo anterior, comenzaremos esta reflexión a través del cuestionamiento de la técnica y su relación con el pensamiento en la medida en que ambas son un acto creativo para el cual se necesitan mutuamente. De ahí que revisemos la propuesta de Martin Heidegger que engarza técnica y creación (poiesis) en una lectura ontológica que le permite señalar la posibilidad destructora de la misma, así como la peligrosa reducción de la técnica a un conjunto de objetos técnicos y máquinas. Esto nos llevará a preguntarnos sobre la posibilidad de una postura ética frente a la técnica que reconozca su carácter paradójico y la incertidumbre como parte importante de ésta. Para ello, revisaremos brevemente la propuesta de Hannah Arendt sobre las implicaciones políticas que supone la acción humana y su vínculo con el pensamiento. Al mismo tiempo, señalaremos cómo el trabajo humano se ha visto cada vez más precarizado en la industria técnica. Por ello, retomaremos el concepto de pharmakon trabajado por Bernard Stiegler para conjugar esa postura ontológica con la política y que implica la posibilidad creadora y destructora de la técnica.

 

En medio de todas estas problemáticas es que tomamos el movimiento hacktivista como un punto de inflexión para pensar filosóficamente, pues nos permite regresar a las preguntas por la libertad, el acto creativo y las posibilidades de un vínculo ético en un contexto donde parecería que éstas se encuentran anuladas. En la medida en que los soportes que permiten la transmisión y documentación del conocimiento han cambiado, es importante preguntarnos cómo se expresa el pensamiento en las técnicas actuales. El hacktivismo no ofrece respuestas definitivas a estas cuestiones, pero sí ejemplos de prácticas que traducen esos ideales.

De la misma manera en que la traducción nos permite contar con las obras de Platón, también gracias a la traducción se hicieron posibles las aportaciones de Lovelace sobre los primeros ejercicios de programación. Incluso en esta tarea de traducir se encuentra también el gesto de crear un código abierto al que todos podamos contribuir y que tiene que ver con revisar lo que ha escrito alguien más. De ahí que la documentación en programación sea de las prácticas más importantes, pues es dejar registro de un proceso para que pueda compartirse. Por ello, el hacktivismo es un movimiento que, a través de un ejercicio de traducción, se apropia de la programación y comunicación con las máquinas de una manera que involucra lo político. Contrarios a los ludditas que buscaban destruir las máquinas, los hacktivistas buscan apropiárselas poniendo en tensión el sentido del trabajo sólo como producción de bienes privados y buscando comunalizarlo.

 

Si con Platón la escritura se vuelve la posibilidad de conocer aquello que de otra manera no habría sido registrado, pensar en la técnica específica de nuestra época nos permite también abordar qué medios se vuelven importantes actualmente para dicha tarea y cómo nos posicionamos ante ellos. Es el hacktivismo y el uso de software libre lo que lleva a la modificación y desarrollo de un programa por cualquier persona interesada. Así era como Lovelace habría intentado documentar y hacer posible que cualquier interesado en operar la máquina analítica pudiera hacerlo. De hecho, la máquina de Babbage fue un proyecto que estuvo siempre en continua construcción a partir de las aportaciones que hacían diferentes personas. Esta misma lógica de contribución de conocimiento entre pares sería uno de los aspectos más importantes en el hacktivismo, pues la programación, al ser básicamente el desarrollo de un lenguaje o código, debería de poder enseñarse y compartirse libremente.

 

Abordaremos estas cuestiones que no buscan responder de manera definitiva qué es la libertad, el acto creativo y el vínculo ético, sino que arrojaremos índices sobre cómo se han mostrado en algunos momentos de la historia del movimiento hacktivista. De ahí que se vuelva necesario visibilizar los espacios —como el hackerspace Rancho Electrónico—, donde actualmente se ponen en práctica los ejercicios de imaginación política para intentar salir de la lógica de la empresa y donde el trabajo se plantea desde un horizonte en el que la existencia no es un recurso para ser utilizado.

[1] Obreros ingleses que veían en las máquinas no sólo la sustitución de su fuerza de trabajo, sino la explotación acelerada de su propio trabajo. El nombre surge como inspiración de la leyenda de Ned Ludd relacionado con la dignidad obrera y la rebeldía.

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